domingo, 29 de octubre de 2017

La Aguja y la Lanceta

Hacer Medicina es hacer Ciencia. Este es el logro fundacional con el que los grandes patólogos, fisiólogos y anatomistas del siglo XIX elevaron a la medicina desde un simple arte manual a la categoría de ciencia pura, al mismo nivel que por entonces ostentaban la Química o las Matemáticas.  Desde ese momento, la medicina ha avanzado para superar y eclipsar a todas las demás ramas del gran Árbol de la Ciencia, gracias en gran medida a los avances de esas otras ramas de la ciencia, y se ha instalado en la sociedad como una profesión de enorme prestigio , gozando de un enorme éxito entre los estudiantes que aspiran a convertirse en futuros médicos. Después de todo, ¿a quién no le ha dicho nunca su madre que ojalá llegase a ser médico?

Pero todo éxito conlleva unas consecuencias. El médico de hoy se ha instalado en una posición de superioridad con respecto a cualquier otra forma de curación. Pero, no me interpretéis mal, esto no es, en absoluto, algo malo. Es nuestro deber como médicos el combatir contra los charlatanes y las prácticas mágicas e insalubres, como la homeopatía, que sólo buscan aprovecharse de la desesperación o la ignorancia de un paciente para obtener de él un beneficio económico. El riesgo de este planteamiento, sin embargo, es el de considerar que todas aquellas prácticas que están fuera de los usos normales de la Medicina Científica son, por ese simple hecho, acientíficas.

Durante siglos, el símbolo más conocido del oficio galénico en Occidente fue la lanceta, una suerte de pequeño y afilado bisturí utilizado para realizar las consabidas y populares sangrías. Aún hoy, una de las revistas médicas de mayor tirada, The Lancet, toma su nombre de este pequeño y leal instrumento.


Sin embargo, en Oriente, bien podríamos considerar que su particular báculo de Esculapio no es otro que la aguja de acupuntura. Un instrumento humilde y sencillo, más aún quizá de que la lanceta y, sin embargo, aventaja a esta por miles de años de antigüedad y por la maestría de aquellos que la utilizaron para tratar a sus pacientes. Y, sin embargo, la Aguja es víctima del ostracismo en Occidente, que tan fuertemente se decanta en favor de la Lanceta.

La mayor sorpresa ocurre al comprobar que este ostracismo se debe, irónicamente, a la ignorancia y a la cerrazón de mente de los propios científicos, que deberían velar siempre por la búsqueda del conocimiento. Una cerrazón injustificada, ya que la acupuntura y la Medicina Tradicional China no buscan sustituir a la Medicina Occidental, ni arrogarse el título de poseedores de la Panacea. Sólo se muestra como una alternativa a la Medicina Occidental, que no a la Ciencia; pues, como os he relatado a lo largo de todas mis previas entradas, la MTC es una forma de ciencia, no una que se base en los principios de la célula y la molécula, pero sí en los de la energía y el equilibrio. Una medicina basada en la prevención, con un código moral tan estricto como el hipocrático, y con el mismo afán por demostrar sus pricipios como la ciencia mal llamada "occidental".

Al final del día, este conflicto surge por la incapacidad de los científicos occidentales de aceptar que no poseen el monopolio de la Ciencia; que la medicina científica no sólo no nació en Grecia, sino que su hermana (que no contraparte) china la avejenta en miles de años.

Es por ello que creo que es no sólo necesario, sino mi deber como estudiante de Medicina el formarme en el saber milenario de los maestros orientales, manteniendo la mente abierta y sin olvidar la rigurosidad que nos caracteriza como científicos. Y, por encima de todo, buscar el equilibrio entre estas dos visiones, distintas pero no opuestas, complementarias y necesarias que, al igual que el Yin y el Yang, se mantienen en un continuo ciclo de movimiento, transformación y creación.

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